Debía de tener yo unos seis o siete años. La liturgia se repetía cada tarde. Llegábamos del colegio, devorábamos el bocadillo de la merienda, y nos faltaba tiempo para bajar al descampado, colocar a modo de porterías esa ropa sobrante que nuestras madres se empeñaban en colocarnos encima, soltar un balón en el medio y correr, regatear, golear, disfrutar. Todos jugábamos. El gordito, el torpón, el bajito, el que llevaba gafas… todos nos divertíamos. Algunos soñábamos con que aquellos goles de Dani eran los nuestros. Otros fantaseaban con emular la clase de Miguel De Andrés o la electricidad de Ismael Urtubi. Imagino que, en otros lugares, los imitados eran Santillana, el ‘Tarzán’ Migueli, Arconada, Gordillo… Ídolos todos ellos. En aquellos “partidos”, por llamarlos de alguna manera, lo de menos era el resultado. Quizá fruto de la inmaculada inocencia de nuestra edad, nuestra única pretensión era la mera diversión. Como jugar a los indios y a los vaqueros, o a las canicas, o al escondite. Imagino que no será un recuerdo ajeno para la mayoría de los que leen esto.
Pasaron los años. Crecimos y perdimos aquella inocencia. Pero nunca perdimos la perspectiva del juego, de la diversión. Mientras tanto, el fútbol, aquel nos había servido de fuente de inspiración en nuestra infancia, evolucionó. Dejó de ser un juego, un entretenimiento, para convertirse en un negocio, en un circo orquestado, en el que los aficionados perdimos la condición de aficionados para convertirnos en clientes, en consumidores. El matiz es mucho más importante de lo que aparenta.
Veinte años después de mis primeros recuerdos asociados a una pelota de fútbol, mi deporte preferido es, en su vertiente profesional, algo muy diferente de lo que yo soñaba con emular algún día. Alrededor del balón y de los veintidós protagonistas ha surgido una realidad paralela. Una realidad contaminante e invasiva, dañina. Todo se sobreanaliza, todo se sobredimensiona. El partido ha dejado de ser el centro de atención. Ahora son más importantes las previas y los análisis posteriores. Pretenden que nos creamos que la ensalada y las patatas son más importantes que el filete. Lo peor, lo más peligroso de todo, es que una inmensa mayoría acrítica ha sucumbido al engaño.
La película ésta de los cuatro Clásicos ha supuesto (o, para ser más correctos, está suponiendo) el paroxismo de este circo infame. Continuos cruces de declaraciones, ruedas de prensa con mensajes que vuelan en puente aéreo, insinuaciones, denuncias de la prensa de un color, respuestas de la del otro… es la exaltación del ‘ruedadeprensismo’. Observaba antesdeayer, atónito, como en una de esas insoportables y prescindibles tertulias televisivas de media noche el motivo principal de debate giraba en torno a “quién había ganado” (sic) la batalla de las ruedas de prensa prepartido. Insólito, pero real. Lo grave no es el simple hecho de vender ese sobreanálisis apestoso del partido y sus circunstancias. Lo grave es “comprarlo”.
De semejante ambiente de permanente crispación no podía surgir nada bueno, deportivamente hablando. El nivel de tensión era máximo, insuperable. Todo trasciende. Por eso, la bofetada que hoy nos hemos llevado todos aquellos que aguardábamos el choque entre los dos colosos del fútbol español con la expectación que, insisto, deportivamente, merecía, ha sido antológico. Profesionales al servicio de dos de las mayores instituciones futbolísticas del planeta enzarzados en una pantomima con tintes de vodevil barato. Agresiones, piques indignos, intentos de engaño, súper estrellas mostrando un respeto por el juego impropio de su nivel… Pero, de fútbol, poquito. De diversión, nada.
No es cuestión de personalizar ni de cargar más la balanza de un lado que del otro. Sinceramente, el ‘y tú más’ me parece un argumento mezquino. Todos, en su medida, son culpables. Todos han contribuido, desde sus púlpitos privilegiados, al bochornoso esperpento en el que se ha convertido lo que debería de haber sido uno de los mayores espectáculos deportivos del mundo. Nos han fastidiado, nos han liquidado las ilusiones. Y nada tiene pinta de cambiar a mejor, sino al contrario. La crispación sigue en aumento, incluso cuando se acaban los razonamientos.
A mí que me devuelvan el fútbol, el que yo conocí, del que yo me enamoré cuando sólo era un niño, ese divertimento que se están cargando entre todos. Que dejen de engañarnos, que dejen de echar gasolina al fuego. Que se vayan todos a la mierda...
Pasaron los años. Crecimos y perdimos aquella inocencia. Pero nunca perdimos la perspectiva del juego, de la diversión. Mientras tanto, el fútbol, aquel nos había servido de fuente de inspiración en nuestra infancia, evolucionó. Dejó de ser un juego, un entretenimiento, para convertirse en un negocio, en un circo orquestado, en el que los aficionados perdimos la condición de aficionados para convertirnos en clientes, en consumidores. El matiz es mucho más importante de lo que aparenta.
Veinte años después de mis primeros recuerdos asociados a una pelota de fútbol, mi deporte preferido es, en su vertiente profesional, algo muy diferente de lo que yo soñaba con emular algún día. Alrededor del balón y de los veintidós protagonistas ha surgido una realidad paralela. Una realidad contaminante e invasiva, dañina. Todo se sobreanaliza, todo se sobredimensiona. El partido ha dejado de ser el centro de atención. Ahora son más importantes las previas y los análisis posteriores. Pretenden que nos creamos que la ensalada y las patatas son más importantes que el filete. Lo peor, lo más peligroso de todo, es que una inmensa mayoría acrítica ha sucumbido al engaño.
La película ésta de los cuatro Clásicos ha supuesto (o, para ser más correctos, está suponiendo) el paroxismo de este circo infame. Continuos cruces de declaraciones, ruedas de prensa con mensajes que vuelan en puente aéreo, insinuaciones, denuncias de la prensa de un color, respuestas de la del otro… es la exaltación del ‘ruedadeprensismo’. Observaba antesdeayer, atónito, como en una de esas insoportables y prescindibles tertulias televisivas de media noche el motivo principal de debate giraba en torno a “quién había ganado” (sic) la batalla de las ruedas de prensa prepartido. Insólito, pero real. Lo grave no es el simple hecho de vender ese sobreanálisis apestoso del partido y sus circunstancias. Lo grave es “comprarlo”.
De semejante ambiente de permanente crispación no podía surgir nada bueno, deportivamente hablando. El nivel de tensión era máximo, insuperable. Todo trasciende. Por eso, la bofetada que hoy nos hemos llevado todos aquellos que aguardábamos el choque entre los dos colosos del fútbol español con la expectación que, insisto, deportivamente, merecía, ha sido antológico. Profesionales al servicio de dos de las mayores instituciones futbolísticas del planeta enzarzados en una pantomima con tintes de vodevil barato. Agresiones, piques indignos, intentos de engaño, súper estrellas mostrando un respeto por el juego impropio de su nivel… Pero, de fútbol, poquito. De diversión, nada.
No es cuestión de personalizar ni de cargar más la balanza de un lado que del otro. Sinceramente, el ‘y tú más’ me parece un argumento mezquino. Todos, en su medida, son culpables. Todos han contribuido, desde sus púlpitos privilegiados, al bochornoso esperpento en el que se ha convertido lo que debería de haber sido uno de los mayores espectáculos deportivos del mundo. Nos han fastidiado, nos han liquidado las ilusiones. Y nada tiene pinta de cambiar a mejor, sino al contrario. La crispación sigue en aumento, incluso cuando se acaban los razonamientos.
A mí que me devuelvan el fútbol, el que yo conocí, del que yo me enamoré cuando sólo era un niño, ese divertimento que se están cargando entre todos. Que dejen de engañarnos, que dejen de echar gasolina al fuego. Que se vayan todos a la mierda...
Jose Antonio Pedrosa- Jugador de fútbol profesional.